Este año he tenido la gran oportunidad de disfrutar de mi primera comida de empresa obligatoria, en mi día libre y con la función de conocer a la gente que forma el resto de departamentos de nuestra gran empresa. Todo son grandes ventajas, como podéis comprobar.

Para que os hagáis una idea, los del tarot somos los frikis de la cueva. Mi equipo lo forman tres becarios más y mi jefe, nuestro único contacto son los tarotistas y, de vez en cuando, los técnicos. Tengo la firme convicción de que podríamos morir allí y no encontrarían nuestro cadáver hasta que la emisión se fuese a negro. No nos quejamos porque estamos tranquilitos con nuestra locura de programa, aunque sabemos que la gente piensa que somos un tanto raritos (estamos bastante de acuerdo con la visión general).

El problema llega en el momento que tenemos que socializar con otros departamentos durante más tiempo de lo que duran las frases de «hola» y «¿habéis tocado las cámaras?». Ahí ya nos ponemos nerviosos y si encima tenemos que demostrar lo que valemos ante los jefes con unas cuantas copas de más… apaga y vámonos.

Allí estábamos mi compañero y yo mirando hacia todos los lados buscando una cara conocida entre las 80 personas de la empresa. «¿Dónde nos sentamos? ¿conoces a alguien? ¿Ese no es el técnico? Esa mesa tiene dos asientos a la esquina, ¡¡¡CORRREEEEEEEEE a por ellos!!!» Y así, acabamos sentados con dos caras conocidas sin nombre aparente, nuestro jefe directo y diez personas más.

No sé si es habitual pero transcurrida una hora todo el mundo estaba con un pedo que parecían las 2 de la mañana, y todavía no habían llegado ni los chupitos. Ahí todo el mundo empieza a soltar la lengua que da gusto y comienza a verse el plumero a la gente: el que parecía modosito está a punto de subirse a la mesa, la chica de la esquina no le para de tirar los tejos a un tal Ortega y tu jefe está haciendo comentarios inapropiados sobre las mujeres. Ya has tenido suficiente incomodidad para los próximos doce meses y estás deseando que acabe la tortura, aunque el cordero está tan bueno que estás pensando en llevártelo y comértelo tranquilamente en casita.

Tras unas veinte anécdotas sobre gente que no sabíamos que existían, fotos incómodas y muchas, muchas más copas, la gente empieza a pensar en el local de después que, sorpresa, también paga la empresa. Es ese momento en el que calculas un plan maestro de escape, con unas frases establecidas y unos tiempos exactos. No obstante, al final bajas del bus y te vas, porque todo el mundo está taaaan borracho que nadie se da cuenta de la ausencia de la tipa de la cueva hasta que al día siguiente no sale en ninguna foto de la fiesta.

Lo bueno de todo esto es que si no nos renuevan no tendremos que pasar por otra cena de empresa igual, de momento…